
La mentira elegante de estar solo
Durante los últimos siete años que he estado viviendo en la playa, estuve convencido de que estaba solo. No una soledad romántica ni existencial, sino esa otra: la práctica, la que pica. La que te hace creer que nadie te ve, que tus mensajes se van al vacío, que estás hablando con las paredes.
Me convencí de que estaba haciendo todo por mi cuenta. Que no había nadie ahí, realmente. Que los buenos días se perdían. Que el esfuerzo, el cambio, la intensidad… eran monólogos. Y era mentira. Era una mentira elegante, seductora, bien contada. Como esas excusas que uno se repite tanto que suenan verdaderas.
Me la creí.
Porque es más fácil vivir creyendo que nadie te acompaña. Te exime de responsabilidad. Te da un pase libre para no arriesgarte, para no bailar. Total, ¿quién te va a mirar si estás solo?
Pero no estaba solo.
Esta Familia Manson ha estado para mí ahí, siempre.
Y yo —ahora puedo verme desde afuera— pegado con que estoy solo.
Lo que confirma la teoría de que la vida es una fiesta cósmica, y que la invitación, me guste o no, me llegó.
Es uno el que no quiere ir, porque está pegado en el drama.
Porque -al contrario- cuando dije “ok, voy, vamos con la radio de nuevo”, estaban todos ustedes con un: Ex-ce-len-te. como quedó demostrado la semana pasada semana, en la que lo pasamos tan bien que puedo decirles con confianza que hubo un giro de 180° respecto de mi depresión.
Se fue.
Ya no soy un chupón de energía cuando me llaman mis hermanas.
Ustedes han estado ahí siempre. Incluso en mis mañanas más de Kate Moss.
Y yo, pegado con que estoy solo.
¿Entienden cómo nos contamos cosas que no son?
Estaba muerto de miedo. No era capaz de ver nada.
A ustedes les da lo mismo que no me duche, que tenga los dientes cafés de tanto café y tanto cigarro mientras trabajo en WordPress.
Les da lo mismo que los obligue a leer artículos con imágenes de musculosos en zunga, ya en sus cincuenta, y varios de ellos, además, paquetones.
El interés por conectar de ustedes está de manera genuina igual.
Y yo, pegado con que estoy solo.
La semana pasada, después de que logramos sacar el auto metafóticamente de la arena y empezó a andar, me di cuenta de que, literalmente, soy un ermitaño con barba de ermitaño. Y no es raro que así sea. Decidí venirme a vivir a un lugar donde, en promedio, veo a tres personas al mes. Así que, sí: soy técnicamente un ermitaño. Y vivir lejos de todo es una fantasía que tengo desde cabro chico. Incluso antes de fantasear con hombres, fantaseaba con irme lejos.
Y ustedes respetan ene todo eso raro mío. Me dejan andar metido en mis rollos, pegado con ciertos temas. Y cuando es hora de que comience el show, de parte de ustedes siempre ha habido un interés verdadero por ver qué les he preparado.
Y no solo eso. Además, siempre me dicen que les encanta, que se motivan, que gracias por el espacio.
Y yo, pegado con que estoy solo.
Pegado en el drama. En la idea de que si esto o si esto otro. Pegado en la mentira de que no valgo si no estoy produciendo algo brillante. Que hay que verse bien en Instagram.
Pero ustedes nunca me exigieron brillo. Solo presencia. Solo aparecer. Solo estar.
La fiesta cósmica ha estado pasando y seguirá pasando siempre. Es uno el que anda en ese modo miserable de andar juntando victipuntos.
Como podemos ver, uno entra en modos frikeadísimos, con unos niveles de distorsión heavy.
Así que, demos gracias al universo de que esta semana, literalmente, pude ver y darme cuenta de que estaba pegado.
Y me vi pegado.
Así que tranquilo, hermano Sol, que la teja cae.
Si estás sufriendo porque estás pegado, tranquilo que la teja cae.
El momeno llega.