En 2002, una desconocida llamada Monserrat Bustamante cantaba en un escenario improvisado de Viña del Mar. Entre walkmans y pistas que se cortaban, ya se notaba que sería Mon Laferte.
Un retrato ácido y brutal de la infancia ochentera en Chile, donde los domingos eran una penitencia y los abusos escolares se camuflaban de disciplina. Un testimonio cargado de memoria, ironía y justicia tardía.