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Cómo destacar con tus fortalezas en el trabajo

Muchos profesionales brillantes se ocultan por miedo o vergüenza.

¿Qué pasa si no te ven?

Hay algo siniestro en las oficinas modernas. No es el aire acondicionado en 17 grados ni los cumpleaños con torta seca. Es ese otro clima: el de la autopreservación. Gente inteligente, brillante incluso, que se mueve como si estuviera en una biblioteca ajena. Que no molesta, que no pide, que no interrumpe. Que no existe, en rigor, hasta que alguien le habla.

No es timidez. Es una vergüenza entrenada. Un pudor aprendido. Como si pedir reconocimiento fuera mala educación. Como si contar lo que hiciste bien fuera una forma de arrogancia. Y no lo es. Es, de hecho, lo más profesional que puedes hacer.

La trampa de la modestia elegante

Nos vendieron que la humildad era sinónimo de clase. Que el que sabe, calla. Que el trabajo habla por uno. Que el talento no se exhibe, se nota.

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Pero en el mundo real, eso es falso.

En el mundo real, el que no se muestra no existe. Y si no existes, no te ascienden. No te promueven. No te dan más plata, ni más tiempo, ni más responsabilidad. Te mantienen ahí, donde estás, creyendo que sigues en entrenamiento.

No lo estás.

Solo que nunca reclamaste tu lugar.

Diagnóstico: El síndrome del impostor con corbata

El nombre técnico ya lo conocemos. Síndrome del impostor. Pero lo que nadie dice es que este trastorno se disfraza. De prudencia. De profesionalismo. De perfil bajo.

Lo peor: a veces se confunde con buenas costumbres.

Y ahí te tienes: creyendo que hablar de ti es ególatra. Que pedir un aumento es ser malagradecido. Que mandar un correo con tus logros semanales es algo que solo hacen los arribistas.

Spoiler: no lo es.

Es algo que hacen las personas que entienden las reglas del juego.

La memoria no es tu aliada

Tu cabeza no está hecha para ayudarte. Está diseñada para protegerte. Y eso significa repetir en loop los errores, las críticas, las miradas en falso.

¿Te dijeron algo negativo una vez? ¿Una microcrítica? Perfecto. Tu mente la convierte en soundtrack. En mantra. En dogma.

Pero los elogios… esos se evaporan.

Por eso necesitas algo externo. Tangible. Concreto. Un portafolio de fortalezas.

Tres. No veinte. Tres cosas que haces muy bien.

Y luego, dedicarles el 75% de tu energía.

Ese es tu nuevo contrato laboral: dejar de remendar debilidades y empezar a capitalizar lo que ya dominas.

La táctica: el correo de los lunes

Este es el primer paso. Tan simple que da vergüenza lo poco que lo usamos.

Cada lunes, manda un correo a tu jefe. Corto. Sin efectos especiales. Sin gifs ni emoticones. Tres líneas bastan.

  • Rol: ¿Qué hiciste? ¿Desde qué lugar?
  • Objetivo: ¿Qué buscabas?
  • Impacto: ¿Qué cambió gracias a ti?

Eso es todo. Se llama formato ROI. Y no solo es efectivo. Es profesional. Es elegante sin ser sumiso.

Y, sobre todo, es visible.

El hábito de los que ascienden

Los que crecen en una organización no son los que trabajan más. Son los que trabajan mejor y lo comunican con claridad.

No hay ascenso silencioso. No hay jefatura secreta. No hay bono por «humildad».

La cultura laboral premia a quien se expresa. A quien pone en palabras sus logros. A quien hace evidente su valor.

No lo digo yo. Lo dice cada estructura jerárquica desde los años 80.

Así que sí: habla de ti.

Hazlo sin disculpas.

Hazlo como quien respira.

Cómo empezar a visibilizarte sin morir de cringe

Sí, lo sé. El terror no es técnico. Es emocional. Da pudor. Da miedo parecer pedante. Antipático. Demasiado «yo, yo, yo».

Pero mostrar tu trabajo no es lo mismo que jactarse. Es colaborar con el sistema. Es ofrecer claridad.

¿Te siguen pagando a fin de mes? Entonces estás dentro del sistema. Y el sistema necesita saber qué haces. Para medir, para mejorar, para ascenderte.

Acostúmbrate a los hechos. No a los adjetivos. No digas “hice un gran trabajo con ese cliente”. Di: “cerré la venta en tres días, el cliente renovó por un año y nos refirió a otros dos”.

Ahí está tu poder.

En el dato. No en la pose.

¿Y si me siento un fraude?

Perfecto. Bienvenido al club. Hasta Obama lo sintió.

Pero la diferencia está en no hacerle caso.

No se trata de eliminar la duda. Se trata de no obedecerla. De ponerla en su lugar. Como quien ignora el ladrido de un perro al otro lado de la reja.

Haz el correo. Di tu parte. Habla en la reunión. No porque estés seguro, sino porque lo mereces.

Porque si no hablas tú, alguien más va a hablar por ti. Y no siempre dirán la verdad.

Tarea accionable para quienes ya están listos

Vamos al grano:

  1. Haz una lista con tus tres fortalezas profesionales. No más de tres. Las que más dominas. Las que puedes demostrar con hechos.
  2. Diseña un correo semanal a tu jefatura usando el formato ROI. No adornes. No te disculpes. No expliques de más.
  3. Empieza este lunes. No esperes el momento perfecto. No afines la redacción durante tres horas. Solo mándalo.
  4. Haz seguimiento. Después de un mes, revisa si hay respuestas, comentarios, nuevas tareas. Toma nota.
  5. Ajusta según resultados. Si tu jefe prefiere reportes hablados, proponlo. Si alguien más se inspira y copia tu idea, celébralo. Te hiciste visible.

El arte de no desaparecer

No se trata de volverte un influencer dentro de la oficina. No es eso. Es más simple. Se trata de no desaparecer antes de que alguien te vea. De ponerle nombre a lo que haces. De usar tu voz como herramienta.

Y si aún te da pudor, recuerda esto: estás ahí por una razón. Nadie te está haciendo un favor. Cobras por entregar valor. Y ese valor necesita mostrarse.

No es egocentrismo.

Es profesionalismo.

Es sobrevivencia.

Es tu carrera.

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Papá Manson

Hace ya casi una década que nuestro chanquete de Grey Gardens salió arrancando y se fue a vivir a la playa. Ha sido un sufrimiento volver a ser inmensamente feliz.
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